Enfrascados en la pantomima en que ellos mismos han transformado la campaña electoral, ninguno de nuestros políticos podía esperar que la mecha de la indignación prendiera en suelo patrio. Lo habían visto por televisión, pero sucedía en "esos países": Túnez, Egipto, Libia, Siria, Yemen. Y ahora lo ven aquí, en la Puerta del Sol, en plena capital. Así que, ante la proximidad del fuego, cada uno intenta evitar quemarse como puede. La actitud más extendida es una tradición hispánica de probada eficacia y en la que muchos de nuestros políticos son contumaces expertos: arrimar el ascua a su sardina.
El presidente del gobierno, que primero intentó mirar para otro lado, como hace casi siempre, ahora pide respeto y sensibilidad para con las personas que han decidido acampar en la Puerta del Sol. Respeto y sensibilidad. Nada más.
El partido de los currantes ve una total sintonía entre sus propuestas (parece ser que tenían propuestas) y las de los indignados, sobre todo porque han detectado una nueva forma de atacar para rascar algunos votos. Los pobres. Piensan que lo que se pide es un cambio de gobierno y ¡oh, sorpresa!, no se trata exactamente de eso.
Por su parte, esa coalición de izquierdas a la que muchos llaman desde hace tiempo Izquierda Hundida, ha visto una posibilidad de resurgir de sus cenizas, por más que su líder llame a la mesura aunque reconozca que su propia hija es una de las manifestantes (¿estará aquella niña de la que hablaba Rajoy en las últimas generales entre los jóvenes que acampan en la Puerta del Sol?).
Un ejemplo claro de cómo cada uno mira las cosas según le convenga es el cruce de declaraciones entre la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, y el candidato socialista al mismo cargo, Tomás Gómez. Dice la inefable Esperanza Aguirre: "Democracia real es ir a votar para echar al gobierno que lo hace mal". Replica el no menos inefable Tomás Gómez: "No hay razones para desalojar la Puerta del Sol, a la que hay que desalojar es a la auténtica antisistema que está deteriorando los servicios públicos y está haciendo negocio con lo que es de todos en esta Comunidad". Sin comentarios.
En lo que sí están todos de acuerdo es en que hay que ir a votar. Los indignados han pedido que no se vote por ninguno de los grandes partidos y a ellos les ha entrado el miedo en el cuerpo, no sea que les de a muchos por secundar la propuesta y se les desmorone el chiringuito. Yo también creo que hay que ir a votar, pero reconozco que la gente de la calle dispone de otras formas para manifestar sus demandas.
Rajoy ha proclamado que lo más importante que tiene un ciudadano es su voto. Pues se equivoca el señor Rajoy. Lo más importante que posee un ciudadano es su dignidad. Esa dignidad que, desde hace mucho, viene siendo aplastada por una cuerda de políticos corruptos, no importa de qué signo, o que consienten la corrupción de sus compañeros y que han visto en la democracia y sus vericuetos el sistema perfecto para dar rienda suelta a sus desmanes con absoluta impunidad. La dignidad de los casi cinco millones de parados que no compartieron los beneficios con los que se lucraron banqueros y grandes empresarios, pero a los que ahora se les piden sacrificios para que esos mismos banqueros y empresarios puedan mantener sus piscinas. La dignidad de los millones de mileuristas a cuyos cinturones no les cabe un agujero más, de tanto apretarlos. La dignidad de los titulados universitarios que están en paro o ejercen trabajos mal pagados y muy por debajo de su nivel de cualificación. La dignidad de ese 40% de jóvenes que no encuentra un empleo porque todo el mundo les pide una experiencia que nunca van a acumular si nadie les ofrece una oportunidad, mientras son cómodamente etiquetados bajo el marbete de "generación ni-ni". La dignidad de los inmigrantes sudamericanos, africanos, asiáticos, europeos del este, que abandonaron sus países en busca de un sueño que se ha tornado pesadilla. La dignidad de los que creyeron en las ideas de unos partidos que las han traicionado para abrazarse a lo que algunos cínicos llaman la lógica del mercado.
La dignidad de todos.
Pero ellos continúan a lo suyo. Intentando cada uno sacar provecho. No quieren enterarse, así que habrá que gritar muy fuerte.