martes, 19 de abril de 2011

Ese oficio invisible

Miguel Martínez-Lage, durante una entrevista / J. A. Goñi
Es posible que la de traductor sea una de las profesiones más desagradecidas que existen. No es frecuente que un lector que se acerca a un texto escrito originalmente en otro idioma, repare en la labor de quien le ha servido ese texto en su propia lengua, a no ser que la traducción sea mala. Se señala, pues, el error, pero no se ensalzan los aciertos. Cuando el trabajo de intérprete ha sido bueno, no digamos si ha sido excelente, lo que un lector piensa al cerrar el libro es "qué bien escribe este tío" y no "qué buena traducción". 

Hace unos días murió uno de los mejores cultivadores españoles de ese oficio invisible. Miguel Martínez-Lage falleció en la localidad almeriense de Vera, al parecer mientras dormía y, al parecer, de un infarto. Aún no había cumplido los cincuenta años, como Emilio Salgari, de cuyo suicidio se cumple un siglo este mes.

Martínez-Lage (Pamplona, 1961), puso en nuestra lengua textos de J. M. Coetzee, Don DeLillo, Virginia Woolf, William Faulkner, Ernest Hemingway, Samuel Beckett, Nick Hornby o Saul Bellow. Su mayor reconocimiento profesional le llegó por su versión de Vida de Samuel Johnson, de James Boswell, que le valió el Premio Nacional de Traducción.

No pudo, sin embargo, cumplir lo que era un sueño personal: emprender su propia carrera como escritor. Publicó un libro de poemas, pero no tuvo tiempo de más. Aparentemente, nos quedamos sin saber qué hubiera dado de sí como escritor. Pero, si se piensa un poco, este hombre acumuló una obra inmensa. Porque, si aceptamos que traducir es escribir de nuevo, entonces estamos reconociendo las palabras de Martínez-Lage en libros como Cuentos completos, de William Faulkner o Desgracia, de J. M. Coetzee.

lunes, 4 de abril de 2011

Un resistente

El autor de este blog y Enrique Meneses, en el Festival de Málaga
La semana pasada tuve un encuentro que me llenó de alegría. Como todo lo bueno, sucedió por casualidad. Estaba cubriendo el Festival de Málaga, para una revista digital (www.culturaalsur.com) y, durante un tiempo muerto, me puse a ojear el programa del festival para ver qué hacer esa tarde. Encontré que proyectaban un documental sobre el gran Enrique Meneses, maestro del periodismo. El título me dejó un poco descolocado: Oxígeno para vivir. Del periodismo Magnum al 2.0. Decidí ir a verlo. 

Así que por la tarde, y tras sufrir una serie de dificultades para llegar, me vi por fin ante la fachada del teatro Echegaray, donde se proyectaba el documental. Nada más abrieron las puertas, decidí entrar para esperar el comienzo de la proyección mientras descansaba un poco. Y quedé estupefacto cuando me encontré, en la misma entrada de la sala, con el propio Enrique Meneses, cuya asistencia al acto yo desconocía.

Me acerqué al maestro para saludarle, y en la breve conversación que siguió, pude comprobar que, a pesar de los años que tiene (81), la enfermedad pulmonar que padece y el declive físico en el que irremisiblemente ha entrado, continúa siendo dueño de una energía juvenil y contagiosa, de un amor por el periodismo que ahora satisface desde su bitácora. Después de fotografiarme junto a él, me despedí con un apretón de manos (sus manos son fuertes todavía), y me dirigí a mi asiento para ver el documental. En él aparecen amigos suyos como Manu Leguineche, Gervasio Sánchez, Gerardo Olivares o Rosa María Calaf. La película habla de los buenos reporteros en los viejos tiempos, de su vida actual, alejados de los lugares de conflicto y viviendo el conflicto cotidiano de una existencia cuyo final vislumbran cada vez más cerca, pero al que no se resignan. Y continúan adelante, y resisten como pueden. 

Cuando acabó la proyección, mi trabajo me obligó a marcharme. Me hubiera gustado despedirme de Enrique Meneses, darle un abrazo y decirle lo importante que sigue siendo para muchos. Pero no pude. Un nudo en la garganta y una opresión en el estómago me acompañaron mientras me dirigía a mi próxima cita preguntándome qué estamos haciendo con nuestros mejores hombres.