lunes, 28 de febrero de 2011

Las lecciones de los viejos

Kirk Douglas, con Melissa Leo. / Mark J. Terrill (AP)
Para mí, lo mejor de la ceremonia de entrega de los Oscar fue la intervención de Kirk Douglas. A menudo se olvida, sobre todo en este tipo de actos tan condicionados por la constante lucha por la audiencia televisiva, dónde está el verdadero talento, el que se ha demostrado una y otra vez durante toda la vida, y se prefiere la juventud y la belleza como armas de conquista. Y está bien que así sea. 

No es que James Franco o Anne Hathaway carezcan de talento pero, sobre todo el primero, ayer no lo demostraron. Quizá les pudo la presión, o sintieron el miedo escénico. El caso es que, en medio de una ceremonia soporífera y previsible, apareció el viejo Kirk Douglas, con su figura quebradiza apoyada en un bastón. En apariencia, este Douglas no es el mismo de Espartaco, Cautivos del mal, La pradera sin ley, Los vikingos o El loco del pelo rojo. En apariencia. 

Da un poco de pena contemplar a los mitos transformados en simples mortales por efecto del paso del tiempo. Es como si tuviéramos ante nuestros ojos la constatación de que todo esfuerzo es inútil, que todo empeño está condenado al fracaso. Uno prefiere no ver o, mejor dicho, elige mirar más allá. Haciendo bueno el aserto de John Ford, cuando la leyenda se convierte en realidad, entonces se imprime la leyenda. 

Pero Kirk Douglas sigue siendo una leyenda. Con su voz cascada y su silueta encorvada, no tuvo ningún problema a la hora de pasar del guión, tirar los tejos a Anne Hathaway, bromear con algunos nominados, y poner de los nervios a las cinco actrices que optaban al premio a la mejor intérprete de reparto. Kirk Douglas demostró, como en ocasiones anteriores lo han hecho algunos de sus pares (pocos, es cierto), que no ha perdido el toque, y se permitió impartir al hermoso pero insulso James Franco una lección que no olvidará. Y de paso, también nos la brindó a los demás.

martes, 15 de febrero de 2011

Eduardo Mendoza

Eduardo Mendoza / Fernando González
Este post va dirigido a quien le guste la obra literaria de Eduardo Mendoza. Y a quien no, pues también. A ver si le pica la curiosidad, si no lo conoce, o si se decide a darle una nueva oportunidad, si no le ha encontrado el punto. Algo difícil, no encontrárselo, a mi parecer. Se trata de una entrevista que le hice a principios de febrero. El autor estuvo en Málaga para presentar su novela Riña de gatos, y no disponía de mucho tiempo debido a los compromisos ya adquiridos. Así que se ofreció para responder a mis preguntas a través del correo electrónico. Esta fue nuestra charla.

En su obra, usted ha explorado a menudo la ciudad de Barcelona a lo largo de la historia. ¿Por qué ha decidido cambiar de escenario, situando en Madrid la acción de Riña de gatos?
No me planteé la cuestión en estos términos. Quise contar una historia determinada y, como el escenario de esa historia era Madrid, pues la cosa estaba hecha. Conozco bien Madrid y situar allí una historia no me suponía un problema excesivo. En cambio, me brindaba muchas oportunidades de profundizar en la historia de una ciudad que no conozco tan a fondo.
¿Son las ciudades un personaje más, quizá el principal, en sus novelas y no sólo el lugar por el que se mueven los protagonistas?
Quisiera creer que son las dos cosas. Es cierto que en La ciudad de los prodigios me propuse contar el desarrollo de una ciudad como si fuera el de una persona. Las demás novelas no tenían este propósito. Pero soy un novelista urbano, y es natural que la ciudad tenga un peso decisivo en mis historias. Como soy barcelonés, pues Barcelona.
Con Riña de gatos, ¿quería aproximarse al tema de la guerra civil ambientando la novela en los meses previos al comienzo del conflicto o la idea era más bien acercarse, desde esa perspectiva, a la situación actual de cierto desconcierto que se vive en España?
No me gustan las alegorías. Quise contar lo que conté, es decir, la situación individual y colectiva previa al estallido de la guerra civil. Por supuesto, en toda situación de crisis se producen fenómenos similares y en toda historia pasada se pueden encontrar similitudes con el presente. Pero no hay que llevar la comparación demasiado lejos. Cada época es distinta, cada situación es nueva, sobre todo, porque los protagonistas son nuevos.
¿Qué asuntos de actualidad utilizaría como tema para una novela?
Ninguno en concreto y todos en conjunto. Si escribiera una novela que transcurriera en el presente, seguramente incluiría la crisis económica, pero también otros fenómenos, algunos evidentes, otros no tanto. Cuando uno escribe, explora y encuentra (si hay suerte) y partir de una idea preconcebida no me parece bueno para una novela. El ensayo es lo contrario, claro.
El humor siempre está presente en su literatura y es uno de los rasgos más apreciados por los lectores. ¿A qué atribuye que el humor en literatura haya sido tradicionalmente despreciado o tenido poco en cuenta por la crítica?
No sé si siempre fue así. Hoy en día lo es, en parte porque el referente de la novela es, para nosotros, la gran novela realista del siglo XIX, en la que el humor no estaba presente. Supongo que la mayoría de esa literatura se produjo en Francia, que no tiene una tradición de humor literario, o la tuvo, con Rabelais y con Molière, pero la olvidó. Por otra parte, una buena novela ha de ser profunda y la profundidad y el humor rara vez van de la mano.
¿Qué tipo de libros prefiere usted como lector?
Variados. He cambiado de gustos, de aficiones y de intereses a lo largo de mi vida. Siempre me ha gustado leer un poco de todo. Siempre estoy leyendo varios libros a la vez: poesía, novela, ensayo, historia. A veces me armo un lío. 
¿Sigue usted las novedades literarias? ¿Con qué autores, del presente y del pasado, se identifica más como lector y como escritor?
Sigo las novedades de un modo superficial, sin ningún rigor. Estoy más o menos al corriente de lo que se publica en España y en unos cuantos países más. Pero en cada país lo que ocurre es imposible de abarcar. Y como no soy un profesional de la crítica, no me hago mala sangre. Me identifico con los autores que consiguen que me identifique. El trabajo ha de ser del autor, no del lector. En este sentido, soy un lector como los demás. Incluso mejor, porque siempre leo de ida, con la misma inocencia que cuando era niño. No me fijo en la técnica, ni en el léxico, ni en nada que no sea el relato.
Despues de Tres vidas de santos, ¿se prodigará más en el relato corto?
Si a mi edad no me he prodigado, no creo que me prodigue ya en nada. Es posible que escriba otro relato corto. Si se me ocurre y me sale, ¿por qué no?
Vicente del Bosque y Mario Vargas Llosa han sido nombrados marqueses por el Rey hace pocos días. Usted también posee un título nobiliario, Duke of Isla Larga. ¿Qué tal lleva lo de ser duque de Redonda?
No creo que se me haya subido a la cabez. El reino de Redonda es una postura. Soy fiel a mi rey y me llevo bien con mis pares. Como el reino tiene nobleza pero no pueblo, no hay conflictos sociales. No pagamos impuestos ni hemos de hacer la mili.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Sentarse a pensar

Elenco de El barco, serie que emite Antena 3 los lunes por la noche
A menudo se habla de la crisis de la industria audiovisual, casi siempre en términos vacuos que no acaban de señalar el auténtico problema. Es más fácil echar la culpa a los piratas, a las webs de descargas ilegales, a Álex de la Iglesia, a la ministra de cultura o a Alenjandrito Sanz. Pero la realidad, sencillamente, consiste en que en España no existe una industria audiovisual propiamente dicha. Al menos no en el ámbito del cine. Lo que se dan son proyectos aislados que sus cradores consiguen poner en pie a base de mucho esfuerzo y, a menudo, también de ayudas oficiales y subvenciones. Pero la iniciativa privada deja mucho que desear, no porque no se produzca, sino porque cuando se hace sólo se piensa en el rendimiento inmediato en forma de beneficios económicos. Por el otro lado están los que se entregan a un supuesto amor al arte, para justificar sus fracasos en taquilla en función de una pretendida calidad intelectual de su propuesta, no apta para todos los paladares. 

A nadie se le courre idear nuevas fórmulas de colaboración entre la iniciativa privada y el sector público, que se materializarían, no en ayudas y subvenciones sino, por ejemplo, en ventajas para aquellas empresas privadas que apostaran fuerte por el cine. Y con el apoyo a la formación de los equipos artísticos y técnicos y unas mínimas garantías de que estos tengan trabajo permanentemente y no sólo de vez en cuando. 

Lo más parecido a una industria audiovisual que existe en España es la televisión y deja mucho que desear. Veamos un ejemplo. Se crea una serie, se publicita a bombo y platillo, se emite un primer episodio tras una cuidadosa estrategia de programación y contraprogamación que muestra a las claras una guerra salvaje por la audiencia que a su vez evidencia el nulo respeto que ésta última suscita en los directivos de las televisiones. Si al cabo de tres o cuatro episodios, los números no son buenos (esto es, los índices de audiencia), se elimina la serie y aquí paz y después gloria. 

Escena de Vientos de agua, de Juan José Campanella
¿Qué conlleva eso? Series muy vistosas, pero de poca calidad. Apuestas sobre seguro. Miren, si no, el caso de El barco, el éxito de esta temporada en Antena 3. Una idea original que podría ser muy buena (un grupo de supervivientes del fin del mundo que queda a la deriva en un planeta sin tierra), se desarrolla en cambio como una típica serie para adolescentes, con los consabidos líos amorosos y problemas de pasillo de instituto (son sospechosas las semejanzas entre esta serie y El internado, otro éxito de Antena 3). Y todo ello para asegurarse la audiencia. Se acaba el mundo y ¿en qué piensan los únicos supervivientes? En organizar un concurso de citas para encontrar su media naranja. No hablemos de las consecuencias morales, filosóficas, biológicas, incluso religiosas que un cataclismo así debería ejercer sobre los supervivientes. Apena pensar lo que una televisión como, por ejemplo, HBO hubiera podido hacer con semejante idea, si se compara con el producto por el que ha apostado Antena 3. Como también apena recordar lo que hizo Telecinco hace unos años con una serie de gran calidad artística y técnica como era Vientos de agua. Ante su escaso éxito comercial inmediato, y sin atreverse a eliminarla directamente debido a la gran inversión económica y publicitaria que se había hecho, cambió los horarios primero a los domingos y luego a la madrugada, de modo que quienes queríamos verla, tuvimos que hacernos con la edición en dvd.

Pero, en lugar de analizar la situación y buscar los motivos de la supuesta crisis, es más fácil disparar contra todo el mundo en lugar de sentarse a pensar qué está fallando y cuál es el modo de resolverlo. Mientras tanto tendremos un cine de una calidad media bastante baja (con honrosas excepciones cada temporada) y una televisión ensimismada que repite fórmulas seguras y poblada de acné y hormonas juveniles.